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Drifting Dots – Duskveiled (2023/ DD)

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 Con ése habitual halo de oscurantismo y anonimato que siempre acompañan a las llamadas producciones "dungeon synth", (o el mismo perro con distinto collar), nos llegan Drifting Dots. Y lo hacen desde Kyiv, Ucrania. Todo muy siniestro, sí. No he albergado negras dudas IA al respecto porque el tipo que anda detrás de ése alias se presta a comunicación vía YouTube muy amablemente. Ya sé que no es garantía suficiente, pero aquí ya ha entrado en juego mi propia intuición.  Porque lo que escucho tiene alma. Sin duda. Y un título inicial como "Atropos" (5'17) ya me ha ganado. Me trae recuerdos felices de otro tiempo en que lo editorial era impreso en papel y tendía a tener más importancia. Podría situarse su tonada entre "Force Majeure", "Logos" o "Pergamon". Tangerine Dream, claro. Cómo no. Cuida mucho la sensación,  el sentimiento romántico.  Y eso lo convierte en muy froesiano. Continúa en ésa bella textura en "Acedia" (10

CIRRUS BAY: discografía (tercera parte)

Metidos en septiembre el tiempo pasa a una velocidad de vértigo. Durante los diez últimos días de agosto no escuché absolutamente nada de música. También intenté prescindir del maldito móvil que ya es la enfermedad mental del siglo XXI. Una más añadiría. Terapia que suelo hacer de vez en cuando. 


Hay cosas a las que estamos enganchados muchas veces sin darnos cuenta. La música es una patología más. No tengáis duda de ello. Lo que ocurre es que es una estupenda patología y sus efectos secundarios no son tan negativos como otras drogas duras como el fútbol, los deportes de riesgo, la política, la religión o la pertenencia a un club o una peña de lo que sea. La música es la droga de la individualidad. No necesitas a nadie para consumirla ni camellos que te la busquen o proporcionen. Pero también corres el riesgo de sobredosis sonora y una dosis diaria de silencio es importantísima. Todo exceso de lo que sea es contraproducente. Con los años además las cosas pierden su brillo y el interés por lo que gusta decrece. No estoy generalizando evidentemente, cada persona es un mundo. Sin embargo, los años acaban con el entusiasmo, los idealismos, la emoción, las creencias, la confianza y cualquier espíritu positivista. Si esto consigues cambiarlo por el sarcasmo, la ironía y el cinismo y una sofisticada capacidad para la mentira y el teatro, puedes sobrevivir a partir de los 60 años con cierto equilibrio y no por ello dejar de ser buena persona porque todos sabemos que ir por la vida diciendo la “verdad” te lleva al cadalso o a la ignominia pública.

Ni la música ni el arte deberían depender de nuestros abismos mentales. Se habla de artistas atormentados y de genios locos, de provocadores radicales y de enfermos de la perfección. Cuando te haces mayor solo ves una colección de individuos idiotas que ciertamente tuvieron ciertas capacidades de atracción para convertir adeptos y masas de fans. La persona y su creación son dos mundos diferentes y sólo son una proyección de nuestros deseos. Emile Ciorán, un amargado profesional, decía que es preciso desenmascarar la existencia. A día de hoy encontrar una banda o un músico que haga las cosas que realmente quiere hacer sin intentar agradar a terceros es tarea harto difícil y complicada. Salvo que quieras vivir de lo que haces porque para ello necesitas tener una buena dilatación de esfínter, el resto pertenece al mundo de no necesito a nadie para hacer lo que me gusta. El poder del individualismo es lo único que se debe defender ante el futuro que nos espera. Aquel que no amargue la vida de los demás.

Bill Gillham pertenece a ese grupo de músicos al que le apasiona un tipo de música y la realiza sin preocuparse de nada más. Su música es un mundo que no existe en la realidad. Todo lo que no exista en la realidad es bueno salvo que queramos hacerlo dogma y realidad porque entonces se convierte en malo malísimo. La imaginación ha sido lo más peligroso que el hombre ha creado. Delirios de grandeza, de locura y de miserias. El último huracán Dorian querían pararlo rezando a dios. Puedes reírte o llorar. Da lo mismo. Afortunadamente en la música imaginamos mundos que solo se quedan en la fantasía. La vida es pragmática. El arte es un mundo paralelo imaginario. Afortunadamente. 



El quinto y sexto álbum de Cirrus Bay tienen portadas preciosas y su música es un cuento de hadas. Qué más puedo pedir? Me encantan los cuentos de hadas porque son inofensivos. Sacan al niño perdido que llevamos dentro. Pero salvo la ciencia empírica, todo lo que nos han enseñado desde niños es mentira. ¿Qué bonito verdad?

 Cuando escucho cosas del “Places Unseen” de 2016 siento alegría. Han cambiado a la cantante. Ahora se llama Tai Shan pero sigue siendo deliciosa. Bill refuerza el arsenal instrumentístico. El batería y bajista mark Blasco añade teclados, guitarra solista y coros. Incluyen flauta y saxos: Brendan Buss. Ya queda lejos el sonido de los primeros trabajos y la producción ha mejorado al 100%. Es música para la ternura al igual que sus anteriores discos pero la realización ya es exquisita. “Firs Departure” acaricia el oído en música eufórica y compleja con un arrastre acústico de guitarras a lo América y destellos instrumentales de alta factura. Se han soltado y han dejado que su potencial sonoro brille como nunca antes. Sintes maravillosos y encantamiento melódico sin reparos ni cortapisas. Así da gusto. Cierras los ojos y esbozas una irresistible sonrisa porque te gusta lo que oyes. Hermoso, bonito, fresco. Pon los adjetivos que quieras sin tener miedo a la cursilería. Lo natural jamás es cursi. Lo forzado sí. Podemos seguir con cualquier tema de este disco hasta sus 55 mtos de duración. Todo es un mundo imposible.

“The Art Of Vanishing” ha aparecido este 2019. Reciente y calentito. La música exactamente en la misma línea lírica. No es ni mejor ni peor que “Places Unseen” donde tocan ya un buen techo instrumental y probablemente sea ese su mejor álbum hasta la fecha. Repite Tai Shan en las bonitas voces y vuelva Sharra Acle en los coros. Salvo la primera pieza y la última que ambas tienen 10 mtos el resto son algo más cortas de lo habitual en torno a 5 mtos de media. “The Blossom of Hills” es puro Anthony Phillips y la melodía una de las mejores del grupo junto con un exquisito desarrollo instrumental. Dan ganas de saltar de correr y lanzarte a un vacío inofensivo donde te recogerán bellas damas imaginarias y te lanzarán a otra puerta para que sigas corriendo feliz como una inocente criatura en un mundo de amables seres tan agradable como imposible. Son los iniciales 10 mtos pero se hacen cortos y quieres más mucho más porque en ese mundo no te duele nada y no existen las lágrimas. Precioso es poco. Las canciones se suceden y a veces son una sencillez melódica absoluta y la instrumental “The North Country” me recuerda ligeramente al teclista Bo hansson de su “Aticc Thoughts” de 1976. “Eden” es otra deliciosa perla para escuchar casi medio canterburiana en su lado más amable. 


Hay una pieza llamada “The Dictator” que teniendo a Trump de presidente es una clara referencia a como están las cosas para los norteamericanos sensatos y la vergüenza que representan sus políticas. Aquí seguramente volveremos a votar en un mes, pero irá mi gato. Termina con el título del álbum entre una prodigiosa mezcla de Renaissance, Camel y Genesis. Sinceramente si no fuese por la música y por discos como este odiaría todavía mucho más el mundo enfermo en que vivimos. 
Alberto Torró


Cirrus Bay ‎– Places Unseen



Cirrus Bay ‎– The Art Of Vanishing


Temas
01. A Blossom Of Hills 10-28
02. Undiscovered Isle 02-52
03. A Garment Of Clouds 05-03
04. The North Country 05-16
05. Sooke Harbour 03-06
06. Eden 03-42
07. Unexpected Wonder 06-55
08. Lost And Profound 03-02
09. The Dictator 04-07
10. The Vanishing Place 10-08 




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