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Bateristas en la sombra XVIII: Juan Ángel Sanchez

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 Warlock podrían ser considerados como el primer grupo español de Hard Rock con estética e influencia satánica y ocultista.  Su germen, Necrophagus, oscuro grupo surgió en Madrid en 1974 con Victor al frente quien estaba altamente influenciado por bandas como Black Sabbath, Lucifer’s Friend o Hawkwind y con un sonido que hoy sería considerado como Proto Doom. Durante su corta existencia que abarcó desde 1977 a 1979, Warlock fueron teloneros de la Ian Gillan Band en el Teatro Monumental de Madrid en 1979. También participaron en numerosos festivales y compartieron escenario con grupos y artistas de la época como Burning, Cai, Teddy Bautista & Canarios, Azahar, John Martyn, Eduardo Bort, etc. No obstante la historia de Warlock y el rescate de sus ensayos mediante el sello Guerssen forma parte de las reseñas discográficas de esta misma página Web.  El singular baterista Juan Ángel Sánchez se identificaba con el culto al satanismo en un nivel digno de ser consultado, pero su dislocada

EMBRYO - Rocksession (1973, Brain)

En 1972 la agrupación Embryo grabaría dos de sus trabajos más recordados: Rocksession y We Keep On. Las sesiones del primero comenzaron en marzo, mientras que para el segundo se eligió el mes de diciembre. En cualquier caso, ambos elepés aparecieron en el mercado a lo largo del año siguiente, un 73 que vería como el último en llegar sería el primero en aposentarse como obra cumbre. En facto, We Keep On y sus influencias de Miles Davis idearon a su manera un camino excitante por el que visitar el jazz fusión germano de aquella década. Lo curioso de todo este asunto reside en Rocksession, un vinilo al que le dio sombra otro lanzamiento y que, sin embargo, respetaba la imagen revolucionaría que ya estaban ofreciendo los componentes de Embryo por aquellos días.


Christian Burchard, multiinstrumentista y pieza clave en el mantenimiento del combo, fue en 1969 pieza base sobre la que montar esta salida de tono y ruptura de estatutos en lo que se consideraba la escena vanguardista alemana en cuanto a música se refiere. Sus primeros paseos por los estudios de grabación dieron como resultado grabaciones bastante estándar, totalmente ligadas a los sueños psicodélicos que se empezaban a diluir con los años sesenta. La realidad de una nueva década estaría dispuesta a barrer hasta los posos del recuerdo más duradero. Tres años antes de que Bowie pudiese preguntarse en una de sus tonadas, ataviado con ropas bohemias y una interminable mata de pelo, si había vida en Marte, el conocido como Movimiento del 68 tiene lugar para que la contracultura joven y con inquietudes luche por su sitio en las cuatro paredes ajadas de la realidad de mediados de aquella década. El Mayo francés, su repercusión, las medidas tomadas por miles de estudiantes a raíz de esta revolución cultural, estaba relacionado como grueso de una batalla por el espontáneo grito a favor de las libertades y los nuevos pensamientos.


El final del tratado como Verano del Amor, los cambios políticos, el salto de década y, en gran medida, cierta apatía que renqueaba tras la primera euforia reivindicativa, terminaron por apagar fuegos y dejar pequeñas lumbres en unos jóvenes que con los años perdieron sus valores de cambio. Con esta montaña rusa de acontecimientos que para 1970 toma el carril cuesta abajo, no es de extrañar que los estamentos más reaccionarios suelten en el río de ideas la magnificación de un sentir derrotista y decadente. Esa decadencia cultural con la que quieren frenar el empuje renovador termina siendo pegatina con la que lastrar malsanamente una música que hasta ese momento había sido punta de lanza para dar a conocer de forma sencilla la en ocasiones sesuda revolución. Lo que se había comprendido hasta algunas décadas antes como música popular, en los años 60 tornó en valiosa arma de poder con el que muchas propuestas innovadoras creaban universos paralelos muy alejados del grisáceo aspecto de una sociedad adulta que estaba extrañamente disfrutando de un estado caduco. Todos debieron encontrar su sitio, y de seguro Embryo tenía ya asimilada una visión en el retrovisor como para no caer en bucles artísticos.


Su Father, Son And Holy Ghosts del 72 ya rascaba alto y dejaba un línea profundamente marcada. Era el disco de transición, aquel trabajo por el que hacerse mayores sin renegar de su espíritu primero. Cuando vieron las posibilidades que el rock podía obtener fusionándose con el jazz, un cielo despejado se abrió ante sus ojos. Rocksession es finalmente el atrevimiento con voz alta, el que pone los pies en la mesa y asegura no apearse de la diligencia. Tan importante fue su mejora que hasta los más atrevidos les convirtieron en los rivales directos desde Alemania de los británicos King Crimson. 


Su primer larga duración de 1973, el aquí analizado, se estructura en cuatro piezas desconcertantes en sus minutos. “A Place To Go” es la tranquilizadora bienvenida de corto recorrido que pronto suelta al oyente en un universo fragmentado en tres composiciones oceánicas (“Entrances”, “Warm Canto” y “Dirge”). La magnitud de este conjunto de pasajes coloristas, que pueden seguir mitificando un space rock más onírico como inmortalizar los finales en los que se esperaba atracar a la postre en la escena de Canterbury, hace de Rocksession un redondo de culto a tener muy en cuenta en las más selectas sesiones de melomanías irredentas.
por Sergio Guillén
sguillenbarrantes.wordpress.com






Temas
A Place To Go 0:00
Entrances 4:10 
Warm Canto 19:48  
Dirge  30:00








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