No sabría pronunciarlo. Cualquier idioma del este sea ucraniano, polaco ruso, esloveno etc son excesivamente complicados para nosotros. En lo personal siempre me ha interesado la música eslava. Principalmente clásica naturalmente. Lo que llamamos “música moderna” es un concepto occidental que incluso estaba prohibido en los años oscuros del telón de acero y es una verdadera pena. Recuerdo en mis años jóvenes que escuchaba día sí y al otro también el Cuadros para una exposición de ELP recién editado y creía inocentemente e inconscientemente que probablemente habría bandas de rock sinfónico en la unión soviética que no se conocían en Europa. Una estupidez por mi parte llevada por el idealismo. Me costó librarme de la enfermedad de la esperanza y las utopías. Claro yo pensaba cual primaveras veinteañero que en la cuna y país de los ballets rusos de Diaguilev y Nijinsky, de Tchaikovsky y Rimsky Korsakov, Borodin, Tanéyev Mussorgsky, Rachmaninov, Stravinsky, Prokofiev, Shostakovi...
Suecia en los 70 no ha sido muy documentada a nivel social y musical al resto de Europa. Se lo llevaban bien en secreto, no sea que quisiéramos lo mismo......libertad. Pero aquello debió de ser tan fértil y alegre como el mismo Londres. Sólo en la actualidad, atando cabos y juntando pistas, nos cercioramos de que un país con libertad es un país con cultura. Y Escandinavia miraba sin complejos a Inglaterra en ése sentido.
En el terreno progresivo, y más concretamente en el jazz rock, disfrutaron los suecos de tremendas formaciones anónimas internacionalmente. Es el caso del único disco de Berits Halsband, en un año justo a mitad de década, especialmente proclive a esos menesteres. Hasta Yes se había influido, por el tremendo empuje popular de la Mahavishnu Orchestra. Así que aquí tenemos a un sexteto compuesto por los dos trompetistas Bengt Ekevärn y Tommy Adolfsson (ex-Archimedes Badkar), Mats Anton Karis (flauta), Jonas Lindgren (piano eléctrico), Michael Lindqvist (batería) y Goran Frost (bajo omnipresente). Formados en 1974 en Estocolmo, pronto entrarán en el circuito de universidades con bandas coetáneas.
Su tarjeta de presentación va a ser "Myror I Köket" (11'45), donde el tradicional folclore sueco se mezcla con vanguardia jazzística, en un mejunje que igual se inspira en Samla Mammas Manna, que en el Zappa de "Hot Rats". Invitados (hasta 14!) dejan su huella a veces con destacable protagonismo. La guitarra en éste caso recuerda a Janne Schaffer, que le sucede una flauta similar a Jimmy Hastings o Bjorn J:Son Lindh, de jugoso contenido. La pieza se desarrolla con la densidad instrumental digna de un "The Grand Wazoo". Apabullante demostración grupal.
"El Hamokk" (9'45) deja ver que el motor de todo el ensamble es el bajo de Goran Frost, que ya lideraba como guía en la anterior composición. Bien complementado por el muy detallista quehacer rítmico de Lindqvist. Un batería lleno de recursos en la línea de Aynsley Dunbar y a su mismo nivel técnico. El ambiente creado por Berits Halsband es de original calado y en realidad, poco comparable a nadie. Sus líneas melódicas parecen bailes turcos en un circo del absurdo, montado en un frenopático donde el LSD fuera toda medicina disponible. Así que aunque se inscriba al grupo en el ámbito del jazz rock, yo diría que no tienen un sonido muy generalizado al estilo de unos Secret Oyster, Energy, Solar Plexus o Made in Sweden.
Dando la vuelta encontramos el colosal "Halvvägs Hildur" (19'00), donde una vez más el bajista pone en marcha la maquinaria diabólica, ahora con cierta querencia onírica al Miles Davis de "Dark Magus", y con un guitarrista de conversación alienígena al modo de Reggie Lucas, y una formación instrumental similar. La pieza se convierte en una furibunda jam en el estudio, llena de toda la impregnación davisiana. Ésta vez sí, en un claro homenaje al maestro. Los músicos se salen en cada intervención. El Fender Rhodes maravilla con fraseos propios de un Chick Corea en su etapa Davis, y la sensación de amplitud improvisativa es inmensa. Berits Halsband funcionan inexorables y aplastantes. El bajo crea puentes entre pasajes para nuevos aventurados capítulos, en un libertinaje sonoro envidiable, ahora con nuevos protagonistas. Los vientos se hacen con las riendas en una espectacular envolvente, a la que colabora con su apoyo subliminal la guitarra, en dadaīstas arreglos inesperados. Asistimos ahora pues, a un momento invadido por el poderoso influjo de Frank Zappa, en todo su esplendor.
Por si no teníamos suficiente, aún nos proponen un último postre con "Flaxöras Hemliga Aterkomst" (8'40). Atmosférico comienzo, - con el cuatro cuerdas como pulsación cardíaca dominante -, donde Rhodes y eléctrica planean serpenteando el ambiente. A un lento crescendo se suma flauta y vientos, entrando en propiedad privada de Nucleus, con las mismas intenciones progresivas que Ian Carr en "Bella Donna", "Solar Plexus" o "Under the Sun". Otra maravillosa pieza rebosante de sensaciones y momentos cambiantes siempre inspirados. Fue el único legado de ésta banda. Fuera del radar internacional por décadas. Inexplicable, pues siendo instrumentales, no tenían barreras de idioma.
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