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Panna Fredda - Uno (1971)

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 Hay discos que no nacen: se invocan. Uno de Panna Fredda es un espejo roto donde se refleja el fin de la inocencia prog. Es el sonido de un grupo que vio el fuego de los 60 apagarse y decidió prender su propio incendio, aunque fuera el último. Aquí no hay paz ni complacencia: hay Mellotrones como cuchillas, voces que parecen oráculos y guitarras que cortan el aire como un ritual de medianoche. Si el rock progresivo italiano tuvo un momento oscuro, fue este. Y se siente glorioso. Cuando salió en 1971, Uno fue como un conjuro lanzado en una plaza vacía. Pocos lo escucharon. Menos aún lo entendieron. El disco quedó flotando en el limbo, mientras las luces de los 60 se apagaban y el rock italiano se metamorfoseaba en algo más grande, más extraño. Panna Fredda no tuvo tiempo de convertirse en leyenda en su momento: el servicio militar, la censura y la maquinaria de la industria los trituraron antes de que el humo se disipara. Pero los discos malditos no mueren, solo esperan. Con los añ...

TOPO - La Jaula Del Silencio (2000, Pies Records)

 Cuando en el Madrid de los 70 se quiso probar eso del rock progresivo sin perder el carácter urbanita y crítico, algunas formaciones musicales arriesgaron con lo experimental dándole un carácter más cercano, olvidando excesos no siempre convenientes. Uno de los primeros nombres que vienen a la cabeza es el de Asfalto, banda de la que partirían José Luis Jiménez y Lele Laina para establecerse bajo la capa de Topo. Paso a paso, y por medio de cuatro LPs de estudio, el combo se quita la corbata de arreglos sinfónicos para sentarse en el taburete de un pop rockerizado siempre a pie de calle y periódicos matinales. 



Por ello, de Topo a Ciudad De Músicos –otro disco para inquietos que durante años pareciese deglutido por el olvido y que finalmente Leyenda Records, en un acto de justicia, reeditó en CD– se huele singular propuesta, liderada entonces únicamente por Jiménez. Entre medias de la ruptura y su regreso en 2000 les golpearía la muerte de Terry Barrios (campechano y barbudo baterista de sus primeros tres vinilos), Lele y José Luis regresarían de forma puntual a Asfalto (El planeta de los locos) y un fichaje por Pies Compañía Discográfica sacaría al reformado cuarteto del descanso –ahora con Sergio Cisneros y Roger Castro–. 

A pesar del horrendo diseño de empaque propuesto para la obra, firmado por Raúl Blázquez, y del mal trato que recibirían de su nueva disquera, que a la postre acabó hundiendo La Jaula Del Silencio, este disco compacto es una gratificante grabación que recoge el espíritu de los Topo de siempre. Sus letras manejan la familiaridad del vecino o la noticia radiofónica diaria, disfrutando de continente espaciado si nos referimos a “Dime qué precio pagarías por tu libertad”, “Un duro de amistad” o “Quemar las banderas”. Sus intenciones como seres humanos libres quedan cristalinas en “Trotamundos” y “Soy una montaña”. 



Guiños a “Mis amigos dónde estarán” en los últimos compases de “El bar” –que igualmente tiene esa cara de barrio reflejada en “Plaza Vieja” (parte del Ciudad de músicos editado en el 86)–, y continuación cogiendo la mano a “Cruce de caminos” de una de sus bazas fundamentales firmadas para Marea negra, “Cantante Urbano”. “La vida” nos demuestra que el bucle diario puede ser menos, como las penas, sólo que gracias al amor y no necesariamente al pan. Incluso se dan comba para acercarse a las nuevas tecnologías con un puntito de humor ácido (“Cibernecio”). ¿Para cuándo una continuación?

por Sergio Guillén

sguillenbarrantes.wordpress.com


 

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